miércoles, 30 de noviembre de 2022

En lo profundo Cap 2: El Nephilim y El Brujo




-Oh~- un joven de cabello negro exhalo humo y dejo caer la ceniza del cigarro en el cenicero con un leve tap-Suena a una sirena o un tritón, aunque he escuchado que por esta zona viven demonios de agua-.

-¿Y hay diferencia?- inquirió el otro hombre, bebiendo un sorbo de café.


Eran solo los dos en aquella pequeña casa, en aquella isla de roca, junto a aquel faro. 


-La hay- asintió-Tritones y sirenas nacen en el mar, los demonios son entidades que se adaptan a su entorno, el agua en este caso, pero si viven mucho tiempo en la misma su naturaleza sigue las mismas reglas, así que es solo una diferencia sutil, es como nacer en un país y criarte en otro completamente diferente, tienes un poco de ambos-.

-Entiendo-.

-¿Qué te preocupa? Flug, querido-.


Flug miró al otro, ese joven de nombre Shisui, era un sujeto de lo más extraño, cuando se lo tenía cerca incentivaba a hablar sin cesar, como si destapara algo en el corazón o la mente y forzará a salir todos esos sentimientos e ideas que normalmente estaban embotellados. 


-Nada, realmente, fue un encuentro extraño nada más-suspiró-La única otra criatura del mar que conozco eres tú-.

-Soy un silkie, Flug, no me compares con los peces-negó-A diferencia de ellos, puedo salir del agua a mi antojo y mi corazón no esta frio por las aguas-. 

-Haz mencionado eso antes, sobre el corazón-.

-Vivir en oscuridad, en lo helado del mar, vuelve el corazón frío-apagó el cigarro y miró por la ventana, hacia el mar embravecido-Es un lugar aterrador, allá abajo, no hay luz ni calidez de ningún tipo, las criaturas de ese mundo tienen el corazón helado, es por ello que es cruel cuando los mortales los enamoran-.

-¿Cruel?-alzó una ceja.

-Solo hay espacio para uno en sus corazones, si alguien del mar te amara, lo haría para siempre, con toda su devoción-.


Flug no pudo evitar reír.


-Oh bueno, dudo que sea el caso-.

-¿Y por qué te salvó entonces?-.

-No lo sé... No me interesa, dudo que vuelva a verlo a él o ella-. 

-¿Qué preferirías?- le sonrió con picardía-Él o ella-.

-Ambos me gustan-. 

-Debo ser todo un espectáculo para ti entonces-bromeó.


Flug lo observó nuevamente, etéreamente hermoso, andrógino, el cabello largo, negro y sedoso, los ojos bicolor, un rubí y un zafiro, la piel pálida y el cuerpo grácil, pero aun así...


-No eres mi tipo- negó.

-Me lo imaginaba-rió-Me tengo que ir, me cuentas si vuelves a ver a esa criatura marina-.


Shisui dio los pocos pasos que separaban la mesa de la cocina-comedor de la puerta de salida y descolgo un largo abrigo negro del perchero, estaba hecho de lo que parecia la piel de algun animal, esponjoso y de un negro tan profundo que brillaba.

Flug lo siguió afuera, nada más que pare ver nuevamente aquel fenómeno tan peculiar.

Shisui caminó hasta la costa, sus coquetas botas de tacón alto tocaban el agua, se puso el abrigo y, así sin más, se transformó en un lobo marino. Aunque, no lucía como ningún lobo marino que Flug hubiese visto antes, era lo que identificaba como especie, pero al mismo tiempo no se parecían en nada, realmente extraño. 


-Nos vemos- habló el, ahora, animal antes de desaparecer entre las olas. 


Flug se quedó mirando un poco más, le fascinaba el océano y todo lo que ocultaba, aunque su experimento reciente había sido un verdadero desastre, pero no iba a rendirse. 

Solo debía seguir experimentando, aunque necesitaba más materiales y más sujetos de estudio, especímenes en los que probar la capacidad pulmonar, cuanta presión aguantaba un cuerpo, las consecuencias de la exposición prolongada al agua salada, la falta de oxígeno, etc

Era trabajo arduo y lo hacía solo, pero le encantaba.

Se preguntó acerca de la criatura que lo había rescatado, que sería y dónde estaba, pero no tenía mucho caso darle vueltas, seguramente había sido cosa de una vez y ya, quizás algún tritón o sirena que le había tenido lastima. 


 Allá abajo, en las profundidades, Black Hat también meditaba sobre todo el asunto, flotaba suavemente, dejándose llevar por las corrientes, dándole vuelta al incidente una y otra vez. 

No podía estar enamorado ¿Verdad? Eso era imposible, nunca había sentido nada más que desprecio o indiferencia por otros, nunca se había creído capaz de sentir ese tipo de cosas, pero no podía negar esa leve calidez en su corazón y estaba aterrado. 

Si lo amaba sería por siempre ¿Y entonces que? El sujeto iba a morir tarde o temprano y él se quedaría a lamentarse por el resto de la eternidad.

 

El asunto era que podía quedarse sin hacer nada y ser forzado a casarse con alguien que no le gustaba o podía hacer algo y, tal vez, ser feliz por un par de décadas. 


Pero ¿Como? Habían restringido sus poderes, no podía cambiar de forma, no podía formar piernas para salir a la superficie. 

Su propio poder le era inutil, así que debía buscar el de alguien más. 


En el océano había brujo y brujas, gente del mar con magia poderosa que concedían deseos a cambio del precio justo, el problema era que Black Hat, siendo quien era, no estaba precisamente en buenos términos con ninguno de ellos, habia alli una rivalidad natural, pues él mismo era capaz de conceder lo que otros deseaban a cambio de su alma o algo similar, simplemente no podía usar sus poderes sobre si mismo, asi que no le quedaba más que negociar. 


Uno a uno fue rechazado, un par incluso decidieron que era buena idea desafiarlo y terminaron con sus colas cortadas a la mitad, mientras Black Hat los veía forcejear en el agua, intentando nadar vanamente, para finalmente ser tragados en la oscuridad del abismo.


Solo le quedaba una última opción, August. 


August y Black Hat tenían algo en común, no habían nacido en el mar. August era un Nephilim, habia hecho enojar a su dios y fue desterrado al oceano, donde largos tentaculos negros reemplazaron sus piernas. 

Era la última opción y la menos deseable. Se habían visto una sola vez, cuando Black Hat había sido mucho más joven e imprudente. 

Ese pulpo repugnante lo había envuelto con tentáculos viciosos y, de no ser porque el Leviatán andaba cerca, quizás seguiría prisionero de los mismos hasta el día de hoy.

Solo pensarlo lo hacía estremecer del asco.


A pesar de lo vasto que era, el mar era un mundo pequeño cuando se trataba de rumores, todo mundo sabía que August tenía algo por Black Hat, no era ningún secreto y aun así el demonio decidió ir, no teniendo más opciones. Quería huir de ese mundo, de su padre y su abuelo, de un matrimonio forzado y del propio Nephilim en el que rara vez pensaba, pero que siempre había sido una amenaza latente.


No le tenía miedo. Incluso si le temía, sus anhelos y su deseo de ser libre podían un poco más. Su deseo de volver a ver al hombre del faro podía un poco más, esa calidez que mitigaba el helado mar era incentivo suficiente. 


Así que se escabulló por las intrincadas y estrechas cuevas marinas, su cuerpo largo y sinuoso colándose con facilidad, hasta dar con el hogar del Nephilim. 

Allí estaba él, como esperandolo, sonriente. 


De la cintura para arriba era un hombre de piel clara, cabello rubio, ojos grises, hermoso y tan perfecto que provocaba un extraño desagrado. 

De la cintura para abajo largos tentaculos negros se rizaban con gracia, formando espirales y corazones al ver al otro. 


-Black Hat ¿Que te trae por aquí?-se le acercó, no nadaba, si no que se adhería al suelo o las paredes y se impulsaba con sus tentáculos. 

-Creo que te haces una idea...- intentó mantener la distancia, pero un tentáculo se enredó alrededor de su cintura y se lo impidió.


No pudo evitar temblar ¿En qué momento había hecho eso? ¿Qué tan lejos llegaban esas cosas?


-Quieres ir a la superficie a satisfacer tus caprichos- lo tomó del mentón, no con su mano, sino con otra de esas apéndices horribles-Sigues siendo un mocoso- lo forzó a mirarlo a los ojos-Mi dulce Ragna~-. 


Black Hat apretó los dientes, era repugnante escuchar su verdadero nombre salir de esos labios. Más y más tentáculos lo envolvían, sosteniéndolo de las muñecas, manteniendo sus brazos pegados a su cuerpo e impidiéndole defenderse con sus garras. 

Forcejeo vanamente, lo tenía bien sujeto. 


-No te asustes, estoy dispuesto a hacer un trato contigo- el rubio le sonrió, aunque era solo su boca la que se torcía en aquel gesto, sus ojos grises seguían igual de fríos e impasibles que antes. 

-¿Y si no aceptas tus términos? August-le siseó.

-Eres libre de irte, en dicho caso...- resopló con fastidio-Creeme, dulzura, si estuviésemos en la superficie, con nuestras verdaderas naturalezas...- se saboreó-No tendrás escapatoria-. 

-No tienes vergüenza ¿No es así?- se encontró aterrado de él, pero aun así intentó mantenerse firme, no iba a doblegarse tan fácilmente. 

-No, no la tengo-admitió-Todo lo que hago es al servicio de mi dios, no me arrepiento de nada-lo apretó levemente y sonrió de nuevo-Pero hablemos negocios-.

-¿Qué propones?-.

-Te dare piernas y todo lo demás, pero nada es gratis como un demonio como tu sabe de sobra, tomare tu voz, esa con la que tientas a los mortales y los haces perecer en las aguas, y cada paso que des será agonia, porque es el castigo para un hijo desobediente, yendo a donde le prohibieron ir...- lo apretó más y acercó su rostro al del otro, casi tocándolo.


Black Hat ladeó la cara con asco, pero no dijo nada.


-Y, si ese mortal que es tu capricho no te besa antes del final del tercer día, te arrastrare de vuelta al mar y te hare mi esposo-.


Black Hat lo miró, considerando sus opciones, si lo rechazaba iba a terminar casado con algún indeseable de todas formas, al menos así tenía una oportunidad. 


-¿Algo más?-.

-Eso es todo, dulzura-.


El Nephilim lo soltó y se apartó a buscar algo, paseando por su cueva submarina con calma, sabiendo de sobra que el demonio ya había tomado su decisión.


-Está bien, acepto-. 


Mientras era golpeado por las olas y vomitado por el mar con crueldad contra la costa rocosa, tuvo tiempo de pensar que quizas habia cometido un error, no tenía voz, ni poder y todo dolía, pero al ver la casita del faro, con sus cálidas luces encendidas, sus dudas se disiparon. Podía hacer eso, solo debía obtener un beso, no podía ser tan difícil ¿No es así? 


Intentó ponerse de pie, pero no tenía fuerzas ni mucho menos podía pedir ayuda, aunque quisiera y lo dejara el orgullo. Estaba desnudo en la costa a mitad de la noche, una tormenta se aproximaba ¡Oh, quizás si había cometido un error! Si ni siquiera podía salir de ahí, estaba perdido. 


-Oh, mi niño, vaya que eres imprudente-le habló una voz dulce. 

-¿Quien...?-miró débilmente hacia arriba, encontrándose con lo que identificaba como algún tipo de selkie, aunque nunca había visto un hombre de la especie antes. 

-Te han maldecido con tu consentimiento, así que no puedo romper la maldición del todo-.


Shisui se agachó a examinarlo, se había esperado encontrarlo ahí tirado, aunque era peor de lo que anticipó, aun así podía ayudar un poco. 


-¿Qué es lo que quieres? Déjame en paz- le gruñó, terco, orgulloso y bastante confundido, iba perdiendo la conciencia por momentos. 

-Aliviare tu maldición- Shisui lo cubrió con su abrigo de piel y lo tomo en brazo con facilidad, comenzando a caminar hacia la casa-Para el beso, tienes una semana y, mientras más cercanos se vuelvan, más recuperaras tu voz y tu poder y menor será tu agonía-. 

-¿Cómo puedes hacer todo eso?- lo miró, tenía la piel pálida como la misma luna que iluminaba el camino y observaba, atenta. 

-Soy un brujo- le sonrió con simpleza.

-¿Y qué quieres a cambio?-.

-Nada, observar- sonrió nuevamente, aunque esta vez lucía un poco más siniestro, como un animal que acababa de divisar algo muy sabroso-Pero te advierto, le diste tu consentimiento al Nephilim, no puedo romper el contrato que hicieron, incluso si obtienes un beso, aun estarás en riesgo, así que escucha bien antes de que te duermas-.


Black Hat asintió, de alguna forma confiaba en ese joven tan extraño.


-Si él llegase a amar a otro, serás arrastrado de vuelta al mar y August será tu esposo ¿Entendido? Debes procurar enamorarlo-.


El demonio no dijo nada, no había considerado la posibilidad de tener que hacerse querer, se había conformado con la idea de seducirlo y pasar un tiempo con él, incluso sin ser correspondido, era más que suficiente para él, no se consideraba digno de ser amado de esa forma y aun le sorprendía poder sentir en lo absoluto. 


No dijo nada y terminó por dormirse, calentito en aquel abrigo y en algo que, aunque no lo sabía, era un cariño bastante maternal. 

Shisui, sea lo que fuese, amaba a esos dos y estaba ansioso de ver que pasaba. 


lunes, 28 de noviembre de 2022

En lo profundo Cap 1: El Océano y el Faro



Lo había creado de cosas horribles, cosas frías que reptaban, de pesadillas, de oscuridad y almas corruptas.

Aun así, con todo eso, en ese momento lucía bastante inocente, llorando en sus brazos, no más que un bultito de oscuridad, sintiendo frío y desamparo.

El Diablo no se había molestado en cubrirlo con una manta y lo sostenía con cuidado, pero manteniendo una distancia, en vez de apoyarlo contra su pecho y darle algo de calidez. 

Quizás esa cosa no era más que un bebé, pero ya se arrepentía de haberlo creado. 


El Leviatán, aquella vieja serpiente marina, tenía el poder de un oráculo. Apenas aquel ser había nacido, ya tenía una profecía para él. 


“Le entregara su corazón a un mortal y, cuando las arenas del tiempo para él se agoten, el demonio ahogara el mundo en su pena”


El Diablo estaba contrariado, tenía planes, grandes e intrincados planes que debían durar varios milenios, no podía permitir que esa creación suya arruinara todo por andar llorando por un mero mortal. 

Así que tomó una decisión, lo arrojaría al mar, donde el agua helada enfriaría su corazón, donde no podían llegar los mortales y donde sus lágrimas se tornarían irrelevantes, pues la gente del mar no llora agua si no delicadas perlas. 


El Leviatán lo vio cometer este acto y lo consideró cruel, era solo un bebé, aún era inocente y no tenía la culpa de lo que sea que marcaba su destino. 

La gran serpiente se sintió culpable de su propia profecía, así que adoptó al niño como suyo. 


La pequeña criatura se adaptó de inmediato al mar, reemplazando sus piernas por una larga cola, decorada bellamente de aletas rojas. 

Aun así, pequeño e indefenso, no le quedaba más que esperar y crecer. 


Creció bajo el estricto cuidado del Leviatán, al cual llamaba abuelo. Conocía a su verdadero padre, habiendolo visto en un par de ocasiones. La primera vez, cuando aún era pequeño y apenas hablaba, supo de inmediato que el Diablo no sentía ninguna clase de afecto por él, solo había frialdad en esos ojos azules y, a decir verdad, le había dado miedo. 


Su abuelo no era malo con él, de bebé lo había llenado de mimos y lo había malcriado bastante, pero a medida que crecía se iba volviendo más y más estricto y restrictivo.


Solo quería protegerlo, pero no podía decirle porque y de que, así que inevitablemente, el paso del tiempo hizo difícil su relación. 


No había mucho que hacer en el fondo del mar, en especial en los oscuros abismos que habitaba el Leviatán, así que el demonio adoptó el modo de las sirenas, divirtiéndose en traer tragedias a los mortales que intentaban cruzar el océano en sus construcciones de madera. 


Con su poder provocaba feroces tormentas, aprendió de las sirenas a cantar y con su voz hipnotizaba a los marineros para que se arrojaran al mar o se estrellaran contra las rocas. 


No tardo en ser cosa de leyenda, un monstruo marino que se deleitaba con el sufrimiento de los mortales, una criatura de apariencia temible, pero de extraña elegancia, un demonio de agua que portaba un sombrero negro.


Black Hat. 


Cuando lograba hundir un navío, se divertía explorando, coleccionando tesoros y las muchas curiosidades de la superficie ¡Vaya que aquel era un mundo curioso! Parecía que cada año inventaban algo nuevo y ningún barco era igual a otro, dependiendo de donde vinieran o hacia donde iban, podían estar cargados de oro y joyas, de exquisitas telas, de inútiles especias que se disolvían en el mar o de, simplemente, personas. 


Aquello era su mayor distracción, quería conocer ese mundo que cambiaba constantemente y traía algo de interés al fondo del mar, donde todo siempre era igual, siempre oscuro y frío, donde los cambios, si los había, eran lentos e imperceptibles. 


Pero estaba estrictamente prohibido, no podía salir a la superficie sin provocar la ira de Leviatán.


¡No era justo! Los otros tritones y sirenas podían salir ¡¿Porque él no?! Era cierto que él no era precisamente la misma especie, pero formaba parte de aquel mundo ¿Por que las reglas para él eran diferentes?

Black Hat pasaba la mayor parte de sus días solo, rodeado de su colección de artilugios y cráneos humanos. 

Algunas de esas chucherías no sabía para qué eran, otras era obvio por simple observación.


Los mortales eran criaturas inteligentes, quería poder hablar con uno y saber de dónde venía toda esa inventiva e ingenio. 

No eran para nada como la gente del mar, que se conformaba con lo que el océano les ofrecía, los mortales creaban para hacer sus vidas más simples, para pecar de pereza y alimentar su codicia. 


Tampoco eran como los demonios que, si bien eran creativos, no eran capaces de disfrutar de lo que hacían, cuando creaban música, por ejemplo, no era por amor al arte, era simplemente porque podían hacerlo y les gustaba presumir. Sus talentos provocaban envidia en los humanos y estos vendían sus almas por cosas tan simples como tocar el violín. 


Black Hat, en su perversa naturaleza, se encontraba fascinado por criaturas tan creativas y tan maleables, el tiempo paseaba y ellos cambiaban constantemente, mientras que demonios y gente del agua permanecían en sus maneras por siglos o incluso milenia. 

Quería salir y hacer lo que se suponía debía hacer, tentar mortales y guiarlos por caminos oscuros, para ver qué pasaba, que tanto caos, destrucción o incluso progreso podía traer. 


Pero, por el momento, estaba bajo el peso de las aguas, solo él y su colección. 


El Diablo se lo había prohibido rotundamente y el Leviatán imponía esa orden en él. No se podía cambiar la mente de ninguno de los dos. 


“Es por tu bien” Le decía el Leviatán.

“Es una orden” Le decía el Diablo.


Black Hat los odiaba a ambos por ello, incluso aunque la vieja serpiente marina lo trataba con afecto, lo odiaba por privarlo de su libertad y sus anhelos. 


Y así, el demonio creció solitario, de corazón frío y amargo, sin encontrar un lugar en aquel mundo de tritones y sirenas y sin poder siquiera interactuar con otros demonios ni mucho menos sus preciados mortales. 


Su mal humor traía un mar embravecido y eternas nubes de tormenta a aquella zona del mar, era mejor así, era casi a diario que un nuevo navío se hundía en las aguas y con él nuevos tesoros para llenar ese vacío existencial del que sufría. 


Pasaba sus días solo en una cueva submarina, rodeado de objetos, protegiendolos de la erosión del agua con su magia, cuando salía era para devorar a las víctimas de un naufragio o para hablar con su abuelo de algún asunto. Nadie lo visitaba, pues los otros habitantes del océano le temían. 


Había escogido esa soledad, pero aun así no podía evitar lamentarse en la misma, deseaba compañía. Alguien con quien hablar, alguien que no le temiera y tuviera curiosidad en su mente. Quizás alguien de allá afuera, que pudiera contarle de aquel mundo que tanto le llamaba la atención. 


Ese día, a pesar de su habitual renuencia a ello, se encontraba en la metrópolis marina, uno de los pocos asentamientos de la gente del mar y hogar del Leviatán. 


Era un lugar maravilloso a decir verdad, una construcción subacuática hecha enteramente de materiales marinos, nácar, coral, cartílago... Todo lo que el mar ofrecía era usado para construir edificaciones de todo tipo. 

Prueba de una antigua y estancada civilización. 

Black Hat raramente se mostraba por esos lares, pero su abuelo había solicitado su presencia, así que por allí nadaba, intentando no prestar atención a nadie. 


-¿Escuchaste?- una sirena le dijo a otra, en ese tono que es como un susurro pero que todo mundo puede oír fácilmente.

-¿El que?- su amiga se inclinó a escuchar mejor, como si fuese necesario.

-Alguien se mudó al viejo faro, el que señala nuestra ubicación-.

-Oh ¿De verdad? De seguro algún mortal, no va a durar mucho, nunca lo hacen-.


Black Hat sonrió para sí, aquello era un chisme interesante, quizás iría a investigar luego. 


Ante él se erguía un palacio hecho de puro nácar, una intrincada edificación hecha con arte y cuidado, de gigantescas proporciones, era lo único que podía contener el largo, sinuoso cuerpo del Leviatán. 

Black Hat nada más suspiró, siempre que era llamado a ese palacio no era por nada que le beneficiará. 


Entró y nadó y nadó, descendiendo cada vez más en profundidad. Allá abajo no llegaba la luz del sol, eran los oscuros abismos. Le gustaba esa parte de su mundo, allí los tritones y sirenas tenían aspectos más siniestros, un poco como él, y partes de sus cuerpos brillaban bellamente, dándole a todo un aire onírico o, más bien, pesadillesco. 

Él mismo brillaba, su larga cola era similar a la de un pez remo, las aletas rojas relucían con intensidad y, si sonreía, los colmillos lucían un peculiar verde. 


Llegó hasta el fondo, ahí donde siempre descansaba su abuelo, envuelto en sí mismo, su enorme cabeza, similar a la de un dragón. A lo largo de su cuerpo había puntos de luz que daban la impresión de que tenía cientos de ojos.

A su lado otra figura, su padre, el Diablo.


Así que estaban los dos, quizás iban a regañarlo por algo, aunque no se le ocurría que podía ser esta vez. 


-Black Hat- el Leviatán le sonrió-Temía que no vinieras-.

-No es que quisiera- se cruzó de brazos.

-Se más respetuoso- el Diablo lo reprendió, su tono impasible-Tenemos que hablar, así que deja de lado tu actitud-.

-...- Black Hat lo miró, siempre atemorizado de ese padre al que apenas conocía-Esta bien ¿Que es lo que querían hablar?-. 

-Pronto cumplirás la mayoría de edad ¿No es así?-. 

-Lo sabes mejor que yo, padre- evadió su mirada, arriba había un techo de nacar y roca, iluminado por medusas, abajo solo un infinito abismo de agua y oscuridad. 

-¿Qué dije sobre tu actitud?-suspiró con fastidio- Pronto serás un adulto, así que he decidido arreglar un matrimonio para ti-.


Black Hat lo miró con pura incredulidad, tenía que estar bromeando. 


-No- se negó rotundamente.

-No es tu decisión-.

-Te buscaremos a alguien bueno- le aseguró el Leviatán.

-No quiero- retrocedió, considerando seriamente escapar.

-Como dije, no es tu decisión, te casaras con quien yo elija tras tu cumpleaños, punto final- sentenció el Diablo, sin elevar la voz, sin alterarse, sin dar pie a discusión. 

-Te haré una gran fiesta, de esas de alta sociedad que te gustan ¿Qué te parece?- la serpiente marina hacía todo lo posible por consolarlo, aunque claramente no servía de mucho, podía sentirlo allí en la superficie, como la creciente ira de Black Hat agitaba las aguas. 

-¡No quiero! ¡No me dejan hacer nada! ¡¿Y ahora quieren que me case?! ¡¿Ni siquiera eso puedo decidir?!-. 

-¡Suficiente!- la voz del Diablo retumbó con fuerza-Es lo que se ha designado para ti, agradece que simplemente no te elimine cuando pude, Black Hat, así que sé obediente y calla de una vez-. 

-¡Te odio! ¡Y a ti también Leviatán!- Black Hat se alejó nadando tan rápido como era capaz, desapareciendo en la oscuridad. 

-Podrías habérselo dicho con más tacto-suspiró la serpiente-Nos dará más problemas ahora-.


El Diablo no dijo nada, esa creación suya solo traía dolores de cabeza.


Black Hat fue a su escondite, ahí donde tenía todos sus tesoros y se largó a llorar con amargura, apoyándose en un viejo baúl. 

Estaba furioso y herido, su padre no sentía más que desprecio por él, su abuelo nunca lo defendió de su crueldad. 

Estaba solo. 


No tenía una verdadera familia, ni amigos, no había nadie con quien hablar y realmente no entendía porque quería eso en primer lugar, porque anhelaba compañía, si su corazón era frío y carecía de las emociones normales de otros seres. No podía evitar anhelar y sufrir por ello. 


Era como si hubiese un vacío primordial ahí, en su marchito corazón, y nunca sería capaz de sentir paz al menos que lo llenara, pero ¿Con quien? ¿Quien debía llenar ese vacio? ¿Donde estaba?


Sus lágrimas se transformaban en peculiares perlas negras apenas salían de su único ojo, eran pequeñas, perfectamente esféricas y, si se las sostenía, podía sentirse algo siniestro emanando de ellas. 


Había un montoncito de perlas junto al baúl para cuando se cansó de llorar, sintiéndose patético por ello, ya no era un niño como para andar lamentándose de esa forma. 


No quería casarse con alguien que no conocía, pensaba que al menos eso debía ser su decisión, ni siquiera había besado aun, sencillamente no se había dado, no era que le faltaran candidatos, incluso aunque otros tritones y sirenas le temían, aún era cortejado con frecuencia y él siempre los rechazaba. 


Miró sus lágrimas con disgusto, deseando no tener sentimientos en lo absoluto, así ese tipo de cosas tal vez no dolerían.

Decidio mejor distraer su mente con otra cosa, iria a investigar el viejo faro, a ver si era cierto que algun mortal idiota estaba intentando vivir ahi.


Era una isla de roca, en medio del océano, a kilómetros de la isla principal. Solo se podía ir de una a otra en una embarcación de tamaño considerable, de lo contrario las bravas aguas se lo tragaban todo. 

Allí se erguía un faro, abandonado en apariencia, pero perfectamente funcional, nadie sabía quién lo había construido, nadie sabía quien lo mantenía, pero siempre brillaba en las noches, sin necesidad de un cuidador. Había sido así por siglos, eones incluso, marcando un lugar especial en el océano.

En ese momento, sin embargo, era habitado por alguien, un hombre que de seguro no estaba muy cuerdo. 


Black Hat se asomó a observar, aunque era difícil divisar nada entre la distancia del acantilado y las aguas, quizás podía acercarse a la pequeña costa rocosa, pero incluso así la casa del faro estaba demasiado lejos. 

Curioso de todas formas, pasó varios días viendo las luces de la pequeña casa encender y apagar y una figura ir y venir entre la casa y el faro. No pasaba gran cosa, estaba a punto de aburrirse de ello cuando...


¡SPLASH! Un cuerpo bien envuelto en telas se estrelló con fuerza contra el agua, el hombre del faro lo había tirado desde lo más alto del acantilado, justo cuando el demonio se había asomado a observar.

Black Hat vio el siniestro bulto hundirse con rapidez y sonrió ¡Eso sí era interesante! Esperó a que tocara fondo y abrió las bien sujetas mortajas. Un cuerpo humano, del pecho al ombligo un corte con forma de Y, cosido de vuelta con maestría.

Abrió los puntos con una garra, solo para descubrir que el sujeto estaba vacío por dentro ¿El hombre del faro había conservado sus órganos? ¿Para qué? Tenía el mismo tipo de cicatriz en la cabeza, así que le había quitado el cerebro también. Fascinante. 


La criatura marina hizo de observar aquello una rutina, mientras se mantenía alejado de su padre y su abuelo, aprovechaba para espiar a aquel hombre misterioso que seguía arrojando cadáveres al mar con regularidad.

Podía oír sonidos extraños venir de la isla ¡Si solo pudiera acercarse más! Pero esa estúpida cola y las restricciones impuestas en él se lo impedían. 

Deseaba al menos poder verlo de cerca, pero parecía que aquello sería imposible. 


Por el momento, al menos, el Diablo y el Leviatán lo dejaban tranquilo en lo que decidían con quién casarlo y cuando, no parecían siquiera dispuestos a dejarlo escoger de entre los posibles candidatos. Black Hat estaba aún furioso y no quería verlos en lo absoluto, así que observar a ese mortal se había convertido en su única entretención, una obsesión incluso. 


Una noche particularmente despejada, donde la luna y las estrellas brillaban con la misma intensidad del faro sobre las oscuras aguas, aquel hombre se acercó a la costa, empujando algo grande y metálico. 

Oculto tras unas rocas, Black Hat lo miró con emoción, era la primera vez que podía verlo tan de cerca, aunque se encontró un poco decepcionado al ver que el otro cubría su rostro con lo que, sospechaba, era una bolsa de papel. 

El hombre empujó aquella máquina hasta el agua, donde quedó flotando, y se metió dentro. 


Era casi esférico, con una ventana redonda e intensas luces al frente, pequeñas aletas y una turbina, en cuanto lo encendió comenzó a descender bajo el agua, yendo cada vez más profundo. 

Black Hat lo siguió con discreción, fascinado ¡Así que aquel mortal había creado un navío capaz de ir bajo el agua! 

De alguna forma lo hacía feliz.


Lo siguió, siempre quedandose atras para que el otro no notara la bioluminiscencia de su cola. 

Habían descendido juntos varios metros, las aguas pura oscuridad, apenas iluminadas por los faros de la máquina. 


Black Hat sabía que era mejor si se detenía, la presión del agua podía jugar en contra a partir de aquel punto, pero también quería ver qué pasaba. 


El metal crujía y el aparato se detuvo. Oculto en la oscuridad, el demonio vio al mortal entrar en pánico, mientras el agua salada se colaba en la pequeña cabina. 

Lo natural era dejarlo ahogarse y verlo con deleite como había visto a tantos otros, pero... 


¡Plaf! lo dejó caer con pesadez en la costa. El hombre estaba inconsciente, pero vivo.


Black Hat pudo observalo de cerca por fin, la bolsa se había disuelto en el agua, cabello rojo y un rostro lleno de cicatrices, aunque lucía bastante joven. 

El demonio se encontró allí en la superficie por primera vez, rodeado de la noche, la luna y las estrellas, solo con ese mortal. Le apartó el cabello del rostro con cuidado, admirando la piel pálida marcada de historias que quería conocer.


Lo amaba. 


Black Hat sintió su corazón dar un salto ¡Oh, cuánto lo amaba! ¡¿Era él por quien había estado esperando?! No lo sabía y la duda le asustaba. 

Ni siquiera sabía su nombre ¿Entonces por qué...?


El pelirrojo tosió y abrió apenas los ojos, el corazón del demonio dio otro brinco al ver que eran como las mismas estrellas, un punto blanco en el negro vacío del cosmos.


¡Lo amaba! ¡Lo amaba! ¡Lo amaba!


¡Y eso... Eso era aterrador! 


El demonio huyó tan rápido como pudo y el hombre en la costa solo alcanzó a ver una cola de aletas rojas desaparecer en el agua. 


jueves, 24 de noviembre de 2022

Admirandote Cap 6: Olvido

             


             -¿C-como el de Sherlock Holmes?-.

-Ese mismo-.

-¡Pero si eso es ficción!- Flug hasta parecía ofendido por la idea, exclamando haciendo uso de sus brazos.

-Lo es para ti-el lobo rió-Él es bastante real y es mi esposo-.

-¿Qué?...-.

-No lo pienses mucho, Flug-Black Hat le restó importancia y se acercó a la ventana a observar.

-P-pero...¿Que?-Flug se dejó caer en una silla cercana.

-Ay, si supieras lo que es ficción y lo que no- Shisui sonrió como si nada, con dulzura-¿Té?-.



En otra parte, Hatfield tamborileaba nerviosamente sobre un mapa ¡¿Dónde estaba?! ¡¿Dónde diablos se había metido ese niño?!

Él y ese condenado doctor habían huido juntos ¡Vaya atrevimiento! ¡Si solo pudiera dar con ellos, les enseñaría a no desafiarlo nunca más!

Lucian tenía colegas dentro de la propia organización, hombres dispuestos a apuñalar a cualquiera por la espalda por él, incluyendo al demonio al que supuestamente servían. 

Estaban trabajando arduamente para encontrar a los fugitivos, pero no tenía caso, era como si se los hubiera tragado la tierra. 


Hatfield se encontraba extrañando a su exotico juguete, haberlo perdido era inadmisible. 


Al principio había creído no tener interés en otros hombres, ni mucho menos en esa criatura infernal de peculiar apariencia, esa cosa inhumana que a su vez parecía intentar imitar algo humano, sus extrañas proporciones de maniqui, su piel de serpiente, su falta de nariz y orejas, la boca que se extendía más de lo necesario, los dientes como dagas...

Pero tambien tenia ese cuerpo grácil, delgado con sus curvas justo donde las necesitaba, una delicadeza y una fragilidad sutiles, Hatfield a veces se encontraba mirándolo, deseando sujetarlo y apretarlo tanto como pudiera, a ver si se rompía, de seguro se volvería a armar sin problemas, sin importar que le hiciera a ese lindo cuerpo suyo. 


El mocoso lo había seducido con la idea de placeres fuera de este mundo, con las promesas de poder y gloria.


Hatfield había descubierto que en verdad lo deseaba, específicamente deseaba dominarlo, usarlo a su antojo. Lo hacía sentir poderoso, intocable, invulnerable. El chico, con todo su poder, con lo temible que era, era también maleable, ingenuo y desesperado por un mínimo de aprobación y afecto. Lucian se había divertido manipulandolo, llenando su mente y cuerpo de venenos, aislandolo del mundo para que fuese solo suyo, su invaluable tesoro, su avecilla exótica en su jaula de oro. 


Pero el doctor había abierto la jaula y dejado a su ave escapar.


Quizás, la próxima vez, le cortaría del todo sus alas. Conocía los métodos, nadie sabía más de lo oculto que él, sabía exactamente qué hacer para mantener a un demonio bien sujeto. 


-Tsk, condenado niño- Hatfield miró el mapa con odio-¿Dónde te metiste? My Dear-.


Quizás Hatfield había hecho a Black Hat adicto al alcohol y las drogas, pero Black Hat había hecho a Hatfield adicto a él. Ansiaba cada vez más volver a tenerlo a su merced, extrañaba su presencia, sus ruegos y sus gemidos ¿Por que no podía haberse portado bien? Solo tenía que ser obediente y quedarse donde le decían, pero nooo, tenía ese capricho con aquel doctor patético. Ahora tendría que tenerlo sujeto con cadenas y hacerlo sufrir de verdad.


Lucian se saboreó con anhelo. Solo era cosa de encontrarlo.


Era extraño, en el fondo Hatfield estaba enamorado de él, pero su amor era retorcido y posesivo, subyugado por su ambición, lo quería todo para él como quería fortuna, fama y gloria, un tesoro más en su colección. Lo quería todo para sí mismo, su atención, su poder, su adoración...


¡Oh, si solo pudiera ponerle las garras encima de nuevo!


Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, parecía imposible dar con Black Hat. Pasaron las semanas y, una noche especialmente fría, mientras Hatfield contemplaba el fuego del hogar con puro desdén, furioso con el mundo y consigo mismo, una figura figura esbelta se hizo presente de entre las sombras.


Hatfield se lo quedó mirando y casi se le cayó el vaso que tenía en la mano.


-¿My Dear?-.

-Mr Hatfield~- el demonio ronroneo, sonaba profundo, como un gruñido.


Lucian lo vio avanzar de entre la oscuridad, primero los brillantes zapatos con sus spats blancos, las largas piernas, la delicada figura envuelta en negro, finalmente el rostro sonriente de colmillos que parecian brillar en la oscuridad, el ojo felino, el monoculo que recordaba a la luna, el sombrero de copa...


-¡My Dear!-Hatfield se puso de pie, intentando parecer seguro, pero la verdad es que le temblaban las piernas, por alguna razón estaba aterrado-¿Dónde te habías metido? Ven...- le ofreció un abrazo.


Black Hat avanzó hacia él, aceptando el gesto. Se abrazaron y Lucian se olvidó de su repentino temor. 


-Has sido travieso, My Dear, te advertí que te comportaras- lo abrazó con firmeza, en aquella penumbra y en la posición en la que estaban, no podía verle el rostro. 

-Mr Hatfield...-.

-¿Si?-.

-Sabe, Mr Hatfield, todo lo que usted tenía que hacer era tratarme bien-le dijo con calma, clavándole las garras en la espalda, solo apenas. 

-...-.

-Solo debía tratarme bien, quererme, ser gentil-.


Mientras hablaba, detrás de su voz se escuchaba el bufido de un reptil, las sombras a su alrededor tomaban formas siniestras y las afiladas garras se clavaban más y más en aquella espalda.


-My Dear, sueltame- exigió, intentando apartarlo, pero se sentía como intentar empujar una pared. 

-Ya no me llames así, Hatfield-siseó, mirándolo, su ojo un espiral de locura, el monóculo rojo como la sangre- Solo debías quererme, Hatfield, habría hecho el mundo arder por ti solo me hubieses tratado bien-.


Lucian lo miró con puro pavor, pero al mismo tiempo le hacía gracia que ese niño le reclamara el no ser querido, así que sonrió torcidamente.


-Oh, My Dear, hablas como si tuvieses corazón y todo-.

-Tengo un corazón...- su voz se quebró ligeramente-Y te lo ofrecí y jugaste con él- lo apartó de un empujón y, en cambio, le puso una única mano en el rostro, haciendo fuerza y obligandolo a hincarse. 


Hatfield sintió terror nuevamente, ahí de rodillas en la alfombra, esa mano helada en su rostro, la oscuridad y ese demonio su única compañía. 


Black Hat lo miraba fríamente, su mano cubriendole la mayor parte del rostro, aun podía ver sus ojos a través de sus dedos. 


-Solo debías amarme, Hatfield- le reclamó, herido. 


Lucian lo miró, aterrado e incrédulo, sabiéndose muerto, y rió.


-¡Como si alguien pudiera amar a un monstruo como tu! ¡¿Qué vas a hacer?! ¡¿Matarme?! ¡No te tengo miedo!-. 


Black Hat resopló, viéndolo desesperar y escupir saliva, no entendía que había visto en ese hombre patético, pero al menos ahora le serviría de algo. 


-No voy a matarte, Hatfield, haré un ejemplo de ti-.


Y como si eso fuese una esperada señal, Shisui y Flug entraron a la habitación, llevando a los aliados de Hatfield bien sujetos con cadenas, uno a uno los obligaron a hincarse en el suelo, a observar. 


-Voy a usarte como ejemplo de lo que pasa con aquellos que osan jugar conmigo, oponerse o confabular en mi contra, etc, etc...- hizo un ademán de desdén con su mano libre-Se entiende la idea-. 


Hatfield tragó duro, sospechaba que le esperaba algo peor que la muerte.


-Te maldigo Lucian B Hatfield- pronunció, frío y solemne-Te maldigo para que tu nombre sea una nota al pie de una página, te maldigo para que nadie recuerde tu rostro, ni tu persona-.


A medida que hablaba, algo negro surgia de su mano e iba extendiendose por el rostro de Hatfield, consumiendolo. El hombre estaba en agonía, pero no podía moverse ni gritar, se sentía como si miles de agujas le atravesaran la piel, era algo helado y horrible que llegaba profundo, adhiriéndose a él. 


-Te maldigo para que nunca puedas morir, te maldigo para que cada foto y retrato tuyo sea una ventana por la que puedas verme, me veras triunfar, crecer y expandirme sin ti, me veras amar a otro y veras todo lo que perdiste por atreverte a jugar con mi corazón- sonrió, siniestro-Te maldigo para que nunca obtengas gloria, ni poder, ni fama, te maldigo para que siempre estés en pena, sin descanso, te maldigo para que no puedas hablar tus sucias ideas y envenenar a los que te rodean, te maldigo a una eternidad deseando cosas que no puedes obtener, tu rostro oscurecido por siempre, un ejemplo para el resto del mundo-.


Lo soltó, empujándolo y limpiándose la mano con asco.


Hatfield gritaba, pero era inaudible, su rostro estaba completamente negro, sin facciones, nada distintivo aparte del monóculo. Era como si una máscara negra se hubiese fusionado con su piel. El hombre intentaba arrancarse aquello, pero solo logró hacerse sangrar y dichas heridas se cerraron de inmediato, prueba de que había sido condenado a una cruel inmortalidad. 


-¿Alguno de ustedes quiere este mismo destino? Porque podemos arreglarlo-le sonrió a los otros prisioneros.


Los hombres miraron a Hatfield, aún arañandose la piel, revolcándose en la alfombra con desesperación, todos negaron al unísono. 


-Excelente, Shisui ¿Por qué no llevas a los prisioneros a un sitio más...Cómodo?- siseó con malicia.

-Con gusto- Shisui sonrió con su dulzura habitual y se los llevó a todos de ahí, menos a Hatfield. 


Flug, que había estado callado todo el rato, se acercó a su jefe y lo besó con suavidad.


-¿Se encuentra bien? Jefecito-preguntó, rodeandole la cintura con un solo brazo. 

-Perfectamente...- miró a Hatfield retorcerse y sonrió-¿Quieres hacer algo con él? Puedes torturarlo tanto como quieras y no se va a morir-rió.

-Oh, ya se me ocurrirá algo- Flug miró al otro hombre con asco y lo pateó en las costillas, haciéndolo rodar bastante lejos-Aunque, no es tan divertido si no puedo oír sus gritos-. 

-Oh, mi sádico Doctor~- ronroneó, ocultando el rostro entre el cuello y el hombro de Flug-Te amo-.


Flug suspiró ante eso, feliz y aliviado, lo abrazó con fuerza y sonrió.


-Yo también lo amo, Jefecito-. 


Pasaron los siglos, el mundo cambió, el culto y la organización progresaron. 

Black Hat y Flug seguían ahí, juntos, inseparables. 


A veces, cuando se encontraba solo, Black Hat le hablaba al retrato de Hatfield, sabiendo que el otro estaba en alguna parte, escuchándolo.

Le contaba de sus logros, de Flug, de muchas cosas que sabía lo pondría furioso. 


-Vamos a casarnos, Mr Hatfield ¿Que le parece? A los humanos por fin se les ocurrió hacerlo legal-rió con inusual alegría- Supongo que a usted no le hace gracia ¿No es así? Si le sirve de consuelo, Mr Hatfield, un día mi querido doctor va a partir y me quedare solo...-sonrió con burla-Pero, entonces va a reencarnar y usted nos verá enamorarnos de nuevo ¿Qué tal?-.


Se deleitaba hablándole en ese tono de antaño, mientras le decía cosas horribles y lo tentaba con placeres que no podía obtener. 


-Jefecito- Flug llamó su atención- Sinceramente, no se porque sigue hablándole siquiera-.

-No seas celoso, Flug, solo lo atormento-.

-Aun así, un día de estos vendré con un lanzallamas-.


Hatfield, en alguna parte, observaba. Consumido por los celos, el paso de los años irrelevante, pero era inutil ser inmortal si no podía hacer nada con ello más que ver a quién debía ser suyo con alguien más. 

Sin embargo era incapaz de arrepentirse, solo sentía rencor y odio, la venganza inalcanzable, atormentandolo por siempre. 


FIN