lunes, 28 de noviembre de 2022

En lo profundo Cap 1: El Océano y el Faro



Lo había creado de cosas horribles, cosas frías que reptaban, de pesadillas, de oscuridad y almas corruptas.

Aun así, con todo eso, en ese momento lucía bastante inocente, llorando en sus brazos, no más que un bultito de oscuridad, sintiendo frío y desamparo.

El Diablo no se había molestado en cubrirlo con una manta y lo sostenía con cuidado, pero manteniendo una distancia, en vez de apoyarlo contra su pecho y darle algo de calidez. 

Quizás esa cosa no era más que un bebé, pero ya se arrepentía de haberlo creado. 


El Leviatán, aquella vieja serpiente marina, tenía el poder de un oráculo. Apenas aquel ser había nacido, ya tenía una profecía para él. 


“Le entregara su corazón a un mortal y, cuando las arenas del tiempo para él se agoten, el demonio ahogara el mundo en su pena”


El Diablo estaba contrariado, tenía planes, grandes e intrincados planes que debían durar varios milenios, no podía permitir que esa creación suya arruinara todo por andar llorando por un mero mortal. 

Así que tomó una decisión, lo arrojaría al mar, donde el agua helada enfriaría su corazón, donde no podían llegar los mortales y donde sus lágrimas se tornarían irrelevantes, pues la gente del mar no llora agua si no delicadas perlas. 


El Leviatán lo vio cometer este acto y lo consideró cruel, era solo un bebé, aún era inocente y no tenía la culpa de lo que sea que marcaba su destino. 

La gran serpiente se sintió culpable de su propia profecía, así que adoptó al niño como suyo. 


La pequeña criatura se adaptó de inmediato al mar, reemplazando sus piernas por una larga cola, decorada bellamente de aletas rojas. 

Aun así, pequeño e indefenso, no le quedaba más que esperar y crecer. 


Creció bajo el estricto cuidado del Leviatán, al cual llamaba abuelo. Conocía a su verdadero padre, habiendolo visto en un par de ocasiones. La primera vez, cuando aún era pequeño y apenas hablaba, supo de inmediato que el Diablo no sentía ninguna clase de afecto por él, solo había frialdad en esos ojos azules y, a decir verdad, le había dado miedo. 


Su abuelo no era malo con él, de bebé lo había llenado de mimos y lo había malcriado bastante, pero a medida que crecía se iba volviendo más y más estricto y restrictivo.


Solo quería protegerlo, pero no podía decirle porque y de que, así que inevitablemente, el paso del tiempo hizo difícil su relación. 


No había mucho que hacer en el fondo del mar, en especial en los oscuros abismos que habitaba el Leviatán, así que el demonio adoptó el modo de las sirenas, divirtiéndose en traer tragedias a los mortales que intentaban cruzar el océano en sus construcciones de madera. 


Con su poder provocaba feroces tormentas, aprendió de las sirenas a cantar y con su voz hipnotizaba a los marineros para que se arrojaran al mar o se estrellaran contra las rocas. 


No tardo en ser cosa de leyenda, un monstruo marino que se deleitaba con el sufrimiento de los mortales, una criatura de apariencia temible, pero de extraña elegancia, un demonio de agua que portaba un sombrero negro.


Black Hat. 


Cuando lograba hundir un navío, se divertía explorando, coleccionando tesoros y las muchas curiosidades de la superficie ¡Vaya que aquel era un mundo curioso! Parecía que cada año inventaban algo nuevo y ningún barco era igual a otro, dependiendo de donde vinieran o hacia donde iban, podían estar cargados de oro y joyas, de exquisitas telas, de inútiles especias que se disolvían en el mar o de, simplemente, personas. 


Aquello era su mayor distracción, quería conocer ese mundo que cambiaba constantemente y traía algo de interés al fondo del mar, donde todo siempre era igual, siempre oscuro y frío, donde los cambios, si los había, eran lentos e imperceptibles. 


Pero estaba estrictamente prohibido, no podía salir a la superficie sin provocar la ira de Leviatán.


¡No era justo! Los otros tritones y sirenas podían salir ¡¿Porque él no?! Era cierto que él no era precisamente la misma especie, pero formaba parte de aquel mundo ¿Por que las reglas para él eran diferentes?

Black Hat pasaba la mayor parte de sus días solo, rodeado de su colección de artilugios y cráneos humanos. 

Algunas de esas chucherías no sabía para qué eran, otras era obvio por simple observación.


Los mortales eran criaturas inteligentes, quería poder hablar con uno y saber de dónde venía toda esa inventiva e ingenio. 

No eran para nada como la gente del mar, que se conformaba con lo que el océano les ofrecía, los mortales creaban para hacer sus vidas más simples, para pecar de pereza y alimentar su codicia. 


Tampoco eran como los demonios que, si bien eran creativos, no eran capaces de disfrutar de lo que hacían, cuando creaban música, por ejemplo, no era por amor al arte, era simplemente porque podían hacerlo y les gustaba presumir. Sus talentos provocaban envidia en los humanos y estos vendían sus almas por cosas tan simples como tocar el violín. 


Black Hat, en su perversa naturaleza, se encontraba fascinado por criaturas tan creativas y tan maleables, el tiempo paseaba y ellos cambiaban constantemente, mientras que demonios y gente del agua permanecían en sus maneras por siglos o incluso milenia. 

Quería salir y hacer lo que se suponía debía hacer, tentar mortales y guiarlos por caminos oscuros, para ver qué pasaba, que tanto caos, destrucción o incluso progreso podía traer. 


Pero, por el momento, estaba bajo el peso de las aguas, solo él y su colección. 


El Diablo se lo había prohibido rotundamente y el Leviatán imponía esa orden en él. No se podía cambiar la mente de ninguno de los dos. 


“Es por tu bien” Le decía el Leviatán.

“Es una orden” Le decía el Diablo.


Black Hat los odiaba a ambos por ello, incluso aunque la vieja serpiente marina lo trataba con afecto, lo odiaba por privarlo de su libertad y sus anhelos. 


Y así, el demonio creció solitario, de corazón frío y amargo, sin encontrar un lugar en aquel mundo de tritones y sirenas y sin poder siquiera interactuar con otros demonios ni mucho menos sus preciados mortales. 


Su mal humor traía un mar embravecido y eternas nubes de tormenta a aquella zona del mar, era mejor así, era casi a diario que un nuevo navío se hundía en las aguas y con él nuevos tesoros para llenar ese vacío existencial del que sufría. 


Pasaba sus días solo en una cueva submarina, rodeado de objetos, protegiendolos de la erosión del agua con su magia, cuando salía era para devorar a las víctimas de un naufragio o para hablar con su abuelo de algún asunto. Nadie lo visitaba, pues los otros habitantes del océano le temían. 


Había escogido esa soledad, pero aun así no podía evitar lamentarse en la misma, deseaba compañía. Alguien con quien hablar, alguien que no le temiera y tuviera curiosidad en su mente. Quizás alguien de allá afuera, que pudiera contarle de aquel mundo que tanto le llamaba la atención. 


Ese día, a pesar de su habitual renuencia a ello, se encontraba en la metrópolis marina, uno de los pocos asentamientos de la gente del mar y hogar del Leviatán. 


Era un lugar maravilloso a decir verdad, una construcción subacuática hecha enteramente de materiales marinos, nácar, coral, cartílago... Todo lo que el mar ofrecía era usado para construir edificaciones de todo tipo. 

Prueba de una antigua y estancada civilización. 

Black Hat raramente se mostraba por esos lares, pero su abuelo había solicitado su presencia, así que por allí nadaba, intentando no prestar atención a nadie. 


-¿Escuchaste?- una sirena le dijo a otra, en ese tono que es como un susurro pero que todo mundo puede oír fácilmente.

-¿El que?- su amiga se inclinó a escuchar mejor, como si fuese necesario.

-Alguien se mudó al viejo faro, el que señala nuestra ubicación-.

-Oh ¿De verdad? De seguro algún mortal, no va a durar mucho, nunca lo hacen-.


Black Hat sonrió para sí, aquello era un chisme interesante, quizás iría a investigar luego. 


Ante él se erguía un palacio hecho de puro nácar, una intrincada edificación hecha con arte y cuidado, de gigantescas proporciones, era lo único que podía contener el largo, sinuoso cuerpo del Leviatán. 

Black Hat nada más suspiró, siempre que era llamado a ese palacio no era por nada que le beneficiará. 


Entró y nadó y nadó, descendiendo cada vez más en profundidad. Allá abajo no llegaba la luz del sol, eran los oscuros abismos. Le gustaba esa parte de su mundo, allí los tritones y sirenas tenían aspectos más siniestros, un poco como él, y partes de sus cuerpos brillaban bellamente, dándole a todo un aire onírico o, más bien, pesadillesco. 

Él mismo brillaba, su larga cola era similar a la de un pez remo, las aletas rojas relucían con intensidad y, si sonreía, los colmillos lucían un peculiar verde. 


Llegó hasta el fondo, ahí donde siempre descansaba su abuelo, envuelto en sí mismo, su enorme cabeza, similar a la de un dragón. A lo largo de su cuerpo había puntos de luz que daban la impresión de que tenía cientos de ojos.

A su lado otra figura, su padre, el Diablo.


Así que estaban los dos, quizás iban a regañarlo por algo, aunque no se le ocurría que podía ser esta vez. 


-Black Hat- el Leviatán le sonrió-Temía que no vinieras-.

-No es que quisiera- se cruzó de brazos.

-Se más respetuoso- el Diablo lo reprendió, su tono impasible-Tenemos que hablar, así que deja de lado tu actitud-.

-...- Black Hat lo miró, siempre atemorizado de ese padre al que apenas conocía-Esta bien ¿Que es lo que querían hablar?-. 

-Pronto cumplirás la mayoría de edad ¿No es así?-. 

-Lo sabes mejor que yo, padre- evadió su mirada, arriba había un techo de nacar y roca, iluminado por medusas, abajo solo un infinito abismo de agua y oscuridad. 

-¿Qué dije sobre tu actitud?-suspiró con fastidio- Pronto serás un adulto, así que he decidido arreglar un matrimonio para ti-.


Black Hat lo miró con pura incredulidad, tenía que estar bromeando. 


-No- se negó rotundamente.

-No es tu decisión-.

-Te buscaremos a alguien bueno- le aseguró el Leviatán.

-No quiero- retrocedió, considerando seriamente escapar.

-Como dije, no es tu decisión, te casaras con quien yo elija tras tu cumpleaños, punto final- sentenció el Diablo, sin elevar la voz, sin alterarse, sin dar pie a discusión. 

-Te haré una gran fiesta, de esas de alta sociedad que te gustan ¿Qué te parece?- la serpiente marina hacía todo lo posible por consolarlo, aunque claramente no servía de mucho, podía sentirlo allí en la superficie, como la creciente ira de Black Hat agitaba las aguas. 

-¡No quiero! ¡No me dejan hacer nada! ¡¿Y ahora quieren que me case?! ¡¿Ni siquiera eso puedo decidir?!-. 

-¡Suficiente!- la voz del Diablo retumbó con fuerza-Es lo que se ha designado para ti, agradece que simplemente no te elimine cuando pude, Black Hat, así que sé obediente y calla de una vez-. 

-¡Te odio! ¡Y a ti también Leviatán!- Black Hat se alejó nadando tan rápido como era capaz, desapareciendo en la oscuridad. 

-Podrías habérselo dicho con más tacto-suspiró la serpiente-Nos dará más problemas ahora-.


El Diablo no dijo nada, esa creación suya solo traía dolores de cabeza.


Black Hat fue a su escondite, ahí donde tenía todos sus tesoros y se largó a llorar con amargura, apoyándose en un viejo baúl. 

Estaba furioso y herido, su padre no sentía más que desprecio por él, su abuelo nunca lo defendió de su crueldad. 

Estaba solo. 


No tenía una verdadera familia, ni amigos, no había nadie con quien hablar y realmente no entendía porque quería eso en primer lugar, porque anhelaba compañía, si su corazón era frío y carecía de las emociones normales de otros seres. No podía evitar anhelar y sufrir por ello. 


Era como si hubiese un vacío primordial ahí, en su marchito corazón, y nunca sería capaz de sentir paz al menos que lo llenara, pero ¿Con quien? ¿Quien debía llenar ese vacio? ¿Donde estaba?


Sus lágrimas se transformaban en peculiares perlas negras apenas salían de su único ojo, eran pequeñas, perfectamente esféricas y, si se las sostenía, podía sentirse algo siniestro emanando de ellas. 


Había un montoncito de perlas junto al baúl para cuando se cansó de llorar, sintiéndose patético por ello, ya no era un niño como para andar lamentándose de esa forma. 


No quería casarse con alguien que no conocía, pensaba que al menos eso debía ser su decisión, ni siquiera había besado aun, sencillamente no se había dado, no era que le faltaran candidatos, incluso aunque otros tritones y sirenas le temían, aún era cortejado con frecuencia y él siempre los rechazaba. 


Miró sus lágrimas con disgusto, deseando no tener sentimientos en lo absoluto, así ese tipo de cosas tal vez no dolerían.

Decidio mejor distraer su mente con otra cosa, iria a investigar el viejo faro, a ver si era cierto que algun mortal idiota estaba intentando vivir ahi.


Era una isla de roca, en medio del océano, a kilómetros de la isla principal. Solo se podía ir de una a otra en una embarcación de tamaño considerable, de lo contrario las bravas aguas se lo tragaban todo. 

Allí se erguía un faro, abandonado en apariencia, pero perfectamente funcional, nadie sabía quién lo había construido, nadie sabía quien lo mantenía, pero siempre brillaba en las noches, sin necesidad de un cuidador. Había sido así por siglos, eones incluso, marcando un lugar especial en el océano.

En ese momento, sin embargo, era habitado por alguien, un hombre que de seguro no estaba muy cuerdo. 


Black Hat se asomó a observar, aunque era difícil divisar nada entre la distancia del acantilado y las aguas, quizás podía acercarse a la pequeña costa rocosa, pero incluso así la casa del faro estaba demasiado lejos. 

Curioso de todas formas, pasó varios días viendo las luces de la pequeña casa encender y apagar y una figura ir y venir entre la casa y el faro. No pasaba gran cosa, estaba a punto de aburrirse de ello cuando...


¡SPLASH! Un cuerpo bien envuelto en telas se estrelló con fuerza contra el agua, el hombre del faro lo había tirado desde lo más alto del acantilado, justo cuando el demonio se había asomado a observar.

Black Hat vio el siniestro bulto hundirse con rapidez y sonrió ¡Eso sí era interesante! Esperó a que tocara fondo y abrió las bien sujetas mortajas. Un cuerpo humano, del pecho al ombligo un corte con forma de Y, cosido de vuelta con maestría.

Abrió los puntos con una garra, solo para descubrir que el sujeto estaba vacío por dentro ¿El hombre del faro había conservado sus órganos? ¿Para qué? Tenía el mismo tipo de cicatriz en la cabeza, así que le había quitado el cerebro también. Fascinante. 


La criatura marina hizo de observar aquello una rutina, mientras se mantenía alejado de su padre y su abuelo, aprovechaba para espiar a aquel hombre misterioso que seguía arrojando cadáveres al mar con regularidad.

Podía oír sonidos extraños venir de la isla ¡Si solo pudiera acercarse más! Pero esa estúpida cola y las restricciones impuestas en él se lo impedían. 

Deseaba al menos poder verlo de cerca, pero parecía que aquello sería imposible. 


Por el momento, al menos, el Diablo y el Leviatán lo dejaban tranquilo en lo que decidían con quién casarlo y cuando, no parecían siquiera dispuestos a dejarlo escoger de entre los posibles candidatos. Black Hat estaba aún furioso y no quería verlos en lo absoluto, así que observar a ese mortal se había convertido en su única entretención, una obsesión incluso. 


Una noche particularmente despejada, donde la luna y las estrellas brillaban con la misma intensidad del faro sobre las oscuras aguas, aquel hombre se acercó a la costa, empujando algo grande y metálico. 

Oculto tras unas rocas, Black Hat lo miró con emoción, era la primera vez que podía verlo tan de cerca, aunque se encontró un poco decepcionado al ver que el otro cubría su rostro con lo que, sospechaba, era una bolsa de papel. 

El hombre empujó aquella máquina hasta el agua, donde quedó flotando, y se metió dentro. 


Era casi esférico, con una ventana redonda e intensas luces al frente, pequeñas aletas y una turbina, en cuanto lo encendió comenzó a descender bajo el agua, yendo cada vez más profundo. 

Black Hat lo siguió con discreción, fascinado ¡Así que aquel mortal había creado un navío capaz de ir bajo el agua! 

De alguna forma lo hacía feliz.


Lo siguió, siempre quedandose atras para que el otro no notara la bioluminiscencia de su cola. 

Habían descendido juntos varios metros, las aguas pura oscuridad, apenas iluminadas por los faros de la máquina. 


Black Hat sabía que era mejor si se detenía, la presión del agua podía jugar en contra a partir de aquel punto, pero también quería ver qué pasaba. 


El metal crujía y el aparato se detuvo. Oculto en la oscuridad, el demonio vio al mortal entrar en pánico, mientras el agua salada se colaba en la pequeña cabina. 

Lo natural era dejarlo ahogarse y verlo con deleite como había visto a tantos otros, pero... 


¡Plaf! lo dejó caer con pesadez en la costa. El hombre estaba inconsciente, pero vivo.


Black Hat pudo observalo de cerca por fin, la bolsa se había disuelto en el agua, cabello rojo y un rostro lleno de cicatrices, aunque lucía bastante joven. 

El demonio se encontró allí en la superficie por primera vez, rodeado de la noche, la luna y las estrellas, solo con ese mortal. Le apartó el cabello del rostro con cuidado, admirando la piel pálida marcada de historias que quería conocer.


Lo amaba. 


Black Hat sintió su corazón dar un salto ¡Oh, cuánto lo amaba! ¡¿Era él por quien había estado esperando?! No lo sabía y la duda le asustaba. 

Ni siquiera sabía su nombre ¿Entonces por qué...?


El pelirrojo tosió y abrió apenas los ojos, el corazón del demonio dio otro brinco al ver que eran como las mismas estrellas, un punto blanco en el negro vacío del cosmos.


¡Lo amaba! ¡Lo amaba! ¡Lo amaba!


¡Y eso... Eso era aterrador! 


El demonio huyó tan rápido como pudo y el hombre en la costa solo alcanzó a ver una cola de aletas rojas desaparecer en el agua.