Hábilmente creaba las caras más horribles e inquietantes y, con su magia, le agregaba la ilusión de la vida, auténticos sustos esperando a los desprevenidos.
Sin embargo, y esto le dolía en el orgullo, su esposo era mucho mejor que él. Tallaba las calabazas con un bisturí, hábil como nadie y de ahí, sin necesidad de magia y trucos, creaba rostros y dibujos imaginativos y maravillosos, el perfecto contraste a los horrores creados por Black Hat.
No era tan malo perder, Black Hat podía tomar orgullo en algo más y eso era cultivar las mejores calabazas. Enormes vegetales de brillante naranja y lianas vivas capaz de estrangular a cualquier niño travieso acercándose con un bate.
-Vienen muy bien este año, Jefecito-.
-Esta niña ya se comió tres mocosos hoy- el demonio sonrió, palmeando la calabaza más grande del prado.
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