lunes, 30 de enero de 2023

PaperPunk Cap 8: The War



Hatfield había participado en un par de guerras de joven, pero las guerras entre mortales, y más aún de aquellas épocas, palidecían ante lo que era una guerra entre demonios. 

Morir era difícil, así que las batallas eran largas y tortuosas, no sentían cansancio, así que podían seguir por días. 


En esos momentos, mientras revisaba planos y estrategias, se podían oír gritos y explosiones en la distancia, aquella carpa en medio del campamento era un lugar seguro, al menos por el momento. 


A su lado estaba August, sonreía como un loco, claramente ansioso y frustrado de no poder participar. Amaba la guerra, el olor a sangre, la oportunidad de castigar demonios a su antojo, pero Hatfield no se lo permitía. 


-¿Qué haces? Hatfield ¿Cosas?-.

-Si, cosas-.

-¿Cosas malvadas?-.

-Si- suspiró con fastidio-Cosas malvadas- lo miró-Si vas a molestar, mejor vuelve a la casa hasta que te llame, August-. 

-No, me gusta verte trabajar-sonrió-Mientras más de esto haces, más sabroso te vuelves-.

-Tú...-se sonrojó furiosamente, hasta las orejas-¡Callate!-le arrojó un libro, dandole entre los ojos. 

-¡Agh!-el rubio casi cae de la silla-¡Insolente!-le gritó, frotandose, le había dolido. 

-¡Gigante estupido!-.

-¡Ya verás lo que...!-August se le iba a tirar encima, pero entonces alguien entró a la carpa- Dulzura-.

-My Dear, ya volviste-.


Black Hat los miró a ambos con profundo desprecio ¿Por que no podían, al menos, llamarlo por su nombre? 

Se desplomó en una silla libre, completamente agotado, la ropa rasgada y sucia de sangre y barro. 


-Llegamos a un impasse, por hoy-suspiró. 

-Dame tu reporte y podrás ir a descansar-.

-Si, si-tomó una hoja y una pluma y se puso a escribir en silencio, los otros dos observandolo-Listo-se lo entregó a Hatfield-Con su permiso- se puso de pie nuevamente y se marchó.

-Se lo ve muy...¿Resignado?-.

-No te confíes con él, August, incluso cuando parece rendido a obedecer, siempre tiene un as bajo la manga, eso lo sabes por experiencia-.

-Bah, solo escapó de mí porque ese dios le ayudó en cada ocasión-. 

-Pues ya quitamos ese factor-lo miró con interés-August ¿A qué dios sirves exactamente?-.

-Yo fui creado antes de la Segunda Rebelión, así que mi dios ya no existe-negó-Soy el ultimo de mi especie, hijo de una raza de ángeles extinta, al servicio de un dios muerto-recitó fríamente-No cambia nada, lo que hago y lo que soy-. 


Lucian lo miró largamente, August estaba solo, pero parecía que realmente no tenía emociones suficientes para lamentar esa soledad ¿Sentía algo siquiera? ¿Algo más aparte de hambre, odio y lujuria?

-Ya veo-. 


Ya había cometido una vez el error de asumir que alguien era incapaz de amar, pero sospechaba que August era diferente. Black Hat siempre había tenido cierta sensibilidad en él, un deseo de ser querido del que él se había aprovechado, pero en el Nephilim no había nada y eso era aterrador. 


-¿Crees en algún dios?-.

-Se que existen, obviamente, pero no adoro a ningún dios-.

-Pero...Eres un Warlock ¿No sirves a alguien acaso? ¿Un dios corrupto? ¿Algún demonio?-.

-Maté a mi patrón hace mucho tiempo y me robé su poder, fue él quien me dijo que buscara a Black Hat, existen muy pocos demonios del tipo Eldritch, suelen ser muy poderosos-.

-En verdad tu ambición no tiene límites, jugando con criaturas similares a deidades como si fuesen nada-.

-Así soy~-sonrió con picardía, orgulloso de sí mismo. 


August se le acercó, se puso a su altura, lo sostuvo con rudeza de los hombros y lo besó. Aquel ritual se repetía siempre igual y nunca iba más allá. 

Hatfield cerró los ojos, jaló el dorado cabello con todas sus fuerzas y correspondió a aquel beso frío. Era como meterse una moneda de plata en la boca. 

El Nephilim se apartó después de unos momentos, saboreandose. 


-Fumas demasiado ¿Lo sabías?-.

-Tsk, no digas eso, cuido mucho mis dientes-miró a otro lado, ligeramente avergonzado.

-Aun así, sabes a tabaco, pero no me desagrada-se alejó de él y volvió a su asiento, como si nada. 


Hatfield no dijo más nada, simplemente regresó su atención a su trabajo. Sentía su propio corazón latir en sus oídos, pero simplemente lanzó un profundo suspiro y recobro la compostura. 


August lo observaba con su usual interés. 


Tenían una relación de lo más peculiar. Eran compañeros, pero había una constante tensión, estaban a nada de intentar matarse el uno al otro, así como estaban a nada de ceder a sus deseos carnales, en ambos casos Hatfield terminaba muerto, y ninguno de los dos quería eso. 


Lucian sentía las cosas más inapropiadas por August, August simplemente se había acostumbrado a su presencia al punto de que, consideraba él, lo iba a extrañar si desaparecia. 


Todo esto, en cierta forma, a Black Hat le beneficiaba, al menos no lo acosaban todo el tiempo, aunque la amenazaba estaba siempre ahí. 


-Jefecito, bienvenido de vuelta, le prepare un baño-Flug le sonrió con dulzura.

-Flug...-suspiró, sintiendo su corazón revolotear-¿Cómo estás?-.

-Bien, aqui esta todo tranquilo-le aseguró, ayudandole a desvestirse. 


Flug se sentía como esas mujeres que, en las historias de guerra, no tenían de otra más que sentarse en casa a esperar si su esposo regresaba vivo o no, no había nada más para él qué hacer en una guerra entre demonios. Al menos Black Hat regresaba con regularidad y no tenía que sufrir grandes periodos sin saber de él. 


-¿Cuándo va a terminar todo esto?-le preguntó, mirando su cuerpo marcado de heridas que no sanaban con tanta facilidad, usaban armas especiales para hacerse daño de verdad.

-No lo se, Flug, puede durar otro par de siglos o puede terminar mañana-suspiró-Le declare la guerra a mi padre, a su esposo y la mitad de los príncipes-negó-Tenemos duques y la otra mitad de la realeza de nuestro lado, nuestro ejército es basto y Hatfield, odio admitirlo, en verdad sabe lo que hace, pero el resultado es... Pues cosa de suerte, en cierta forma-.

-Entiendo-bajó la mirada, intentando no quebrarse, no podía hacer nada para ayudar más que estar ahí para él. 


Lo ayudó a bañarse, el agua tenía hierbas especiales que ayudaban a sanar las heridas, el aroma era relajante y Black Hat siempre terminaba medio dormido. 

Cuando terminaron, Flug lo cargó en brazos y lo dejó con gentileza sobre la cama.


-Lo siento, mi Doctor-le dijo, agotado, acomodándose-Quizás debamos pasar nuestro tiempo juntos en guerra, no es lo que quería-.

-No tiene importancia-se sentó a su lado y le acarició la espalda con cariño.

-Quería tener una vida simple contigo, aunque fuese una vez, quería crecer contigo y vivir tranquilo el tiempo que estuviésemos juntos, solo un poco de maldades menores, ya sabes-rió con amargura.

-Ya tendremos tiempo para nosotros-le aseguró, inclinándose y dejando besos a lo largo de su espalda-Todo saldrá bien, ya lo verá-. 

-¿Qué será de nosotros si consigo el trono?-.

-¿Qué?-no entendía a qué se refería, nada tenía porque cambiar entre ellos ¿No es así?


Pero Black Hat no le contestó, se había dormido profundamente. Flug lo observó y pasó con cuidado sus dedos sobre su piel, por primera vez había cicatrices.


Flug no recordaba mucho de su vida anterior, ni mucho menos de las anteriores a esa, pero sabía algunas cosas por instinto, como que Black Hat era perfecto, sin imperfecciones en la piel más que una cicatriz en su mano izquierda, donde llevaría un anillo, pero ahora todo su cuerpo tenía finas cicatrices, producto de las constantes batallas. 


Sentía también que su Jefecito era una criatura miserable, era horrible pensarlo, pero era la realidad, no hacía más que sufrir. Su existencia era dolorosa y, en consecuencia, trae dolor a otros. 

Otra cosa que sabía, en parte porque Black Hat le había contado un poco, era que tenía su pasado con el Nephilim y con Hatfield.


La cicatriz en su dedo la había provocado August, era su ex esposo. 


A Hatfield, hasta cierto punto, lo había amado. Había sido ese primer amor, una ilusión infantil de la que Lucian se había aprovechado cruelmente. 


Le daban celos, pero por sobretodo, rabia. Estaba tan orgulloso de ver su fragilidad, su lado vulnerable, que el pensar que otros habían abusado de ello lo hacía saborear hiel. 


Desafortunadamente, no le quedaba más que ser paciente. 


El Infierno se había dividido, de un lado estaban quienes seguía apoyando a Seto y, del otro, los que habían decidido ponerse del lado de Black Hat. 


Black Hat tenía de su lado a la princesa de la lujuria, Lilith, algo que podía agradecer a Miss Heed, al príncipe de la gula, Leviatán, quien estaba cansado desde hacía un tiempo del trato que Seto le daba a Black Hat y, finalmente, al príncipe de la ira Amon quien, simplemente, quería retirarse, Black Hat le había prometido ocupar su puesto una vez terminara la guerra. 


Seto tenía al príncipe de la envidia, su esposo Beelzebub, y a la princesa de la pereza, Belphegor, por sí mismo ocupaba los cargos de la avaricia y el orgullo. Sin embargo no estaba en desventaja numérica, su ejército y el de Beelzebub eran los más extensos y Belphegor era en extremo poderosa, casi todas las tragedias naturales sucedían cuando ella se despertaba de mal humor de una de sus largas siestas. 


Seto nunca había esperado que su creación se revelara, siempre había tenido su propia forma de hacer las cosas, nunca había mostrado interés en el trono porque le gustaba demasiado vivir entre los mortales. Sin embargo no había contado con la influencia de Hatfield ¡Vaya humano más ambicioso! Está bien, si era guerra lo que querían, guerra tendrían. 


Había vencido al Diablo original, podía vencer esa caprichosa creación suya, quizás sería compasivo y lo sacaría de su miseria. 

Sentía que, en realidad, su guerra era con Hatfield, lo que fuese de Black Hat no podía importarle menos. 


Las batallas eran largas y crueles. Black Hat era inusual entre demonios, su poder arrasaba con todo con rapidez, con los simples soldados apenas tenía que chasquear los dedos, con los generales se enfrentaba directamente, pero incluso cuando lograban dañar su cuerpo, solo provocaban que se desarmara en horribles pesadillas que consumían todo a su alrededor hasta que volvía  formarse, casi como nuevo. 


Y, en su terquedad, Seto seguía sin verlo como una amenaza. Al igual que Hatfield, comandaba todo desde un lugar seguro, era un estratega antes que un guerrero, quizas esto había sido su mayor error.


La guerra duró otro par de siglos y, poco a poco, Black Hat se abrió paso, consumió territorios y tomó el control sobre clanes, ganó más aliados y súbditos.


Seto se encontró en una encrucijada. Solo quedaban él, Black Hat y los príncipes y princesas, no había más ejército, todos sabían que si continuaban con ello no quedaría más Infierno que reclamar, así que aquella batalla era la última. 


Su creación tenía una ventaja inesperada, el Nephilim.


Había devorado a los generales más poderosos, había destrozado a las bestias que protegían los territorios infernales, había marchitado la tierra y privado de su poder a sus enemigos. 


Era todo idea de Hatfield, por supuesto, sabía cómo aprovechar el poder de August de tal forma que les beneficiara a ellos y afectara a los demás. 


En conclusión, Seto y los suyos estaban con sus poderes disminuidos. Sus chances eran pocas.


Miró a su creación, ahí parado con rostro serio. Lo había moldeado, hacía tanto tiempo, con sus propias manos y no le había traído más que decepciones. No sentía nada por él más que desdén. 


-Te felicitaría por tus logros, Black Hat, pero ambos sabemos que todo esto es obra de alguien más-.

-No esperaba que me felicitaras, padre-negó-Hace mucho que deje de buscar tu aprobación-.


Black Hat nunca supo, hasta ese momento, cuánto deseaba poner sus manos alrededor del cuello de su padre, cuánto lo odiaba, lo profundo que era su rencor. 


-¡¿Por qué nunca cuidaste de mi?! ¡¿Por qué nunca me protegiste?!-le reclamó, apretando, sacudiéndolo con todas sus fuerzas, a pesar de que su propio cuerpo estaba roto. 


Había sido una larga batalla pero, a comparación de la guerra, sólo había sido un instante. Black Hat tenía herida la mitad del cuerpo, podían verse sus costillas, parte de sus órganos, de vez en cuando su cuerpo se acordaba de sangrar, sangre espesa como brea. 


Su padre, ese hombre siempre tan cruel, lo había castigado sin misericordia, pero al final... Al final...


-¿Que esperas que te diga? Black Hat ¿Quieres que te pida perdón?-rió, no haciendo ningún esfuerzo por defenderse, había perdido, estaba hecho y Black Hat solo debía dar el golpe final. 

-¿Por qué me creaste?-de su único ojo fluían lágrimas, pero su voz no se quebraba, solo se oía furioso. 

-Porque podía, de hecho eres un desperdicio, te hice con un material tan valioso ¿Y para que?-. 


El gesto de Black Hat se torció ligeramente en una mezcla de dolor e ira y entonces...


¡El horrible sonido de carne, nervios y hueso separándose llenó el aire!


Black Hat le había arrancado la cabeza con las manos.


El cuerpo de Seto cayó con un leve ¡Flop! y Black Hat se quedó viendo la cabeza que aun sostenía, le estaba sonriendo con algo indescifrable. 


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