miércoles, 26 de octubre de 2022

Origen Cap. 1: Primero fue Ragna

El origen de nuestro querido Lord Black Hat



 -¡Ragna! - la potente voz del Diablo resonó por los pasillos hasta llegar a la pequeña habitación- ¡Ragna!-.


El terco poseedor de aquel nombre se giró en su cama, decidido a ignorar el llamado, solo deseaba quedarse ahí y dormir un poco más. 


-¡Ragna, se hace tarde!- el Diablo golpeó a la puerta con su puño.

-¡Esos libros no van a ir a ningún lado!- se ocultó bajo las mantas-¡Déjame en paz!-.


El Diablo, o Seto como se llamaba en realidad, suspiró con fastidio y entró sin más a la habitación, un cuartito simple y acogedor, pero que no tenía nada más que lo necesario, no había decoración ni entretenimientos, solo una cama, un closet, un espejo, otra puerta daba a un baño igual de sencillo. Allí no había personalidad. 


Seto arrancó las mantas de la pequeña cama, revelando al demonio que intentaba ocultarse.


-No eres un niño, deja de comportarte como tal- lo reprendió. 


Ciertamente aquella criatura no era un niño, tenía el vago aspecto de un adulto de edad indefinida, pero no lucía humano en lo absoluto, tampoco era una bestia ni se asemejaba a ningún ser mítico. 

Era un ser de cuerpo alto y delgado, delicada figura de falsa fragilidad, su piel era negra, pero no como las personas cuya piel es oscura por simple genética, era negra y de suaves escamas, como una serpiente. 

Tenía un bonito rostro angular, sin orejas ni nariz, su boca amplia estaba repleta de grandes colmillos como dagas, detrás una lengua serpentina.

Poseia un unico ojo, algo entre reptil y felino, el negro ligeramente más intenso que rodeaba su ojo le daba el aspecto de alguien que dormia poco. Donde debía estar su otro ojo solo había un vacío y del mismo salían sombras que, por el momento, flotaban silenciosas y pacíficas. 

Su cabello era puro azabache, creciendo corto y rebelde hacia arriba, entre el mismo nacían un par de cuernos de bella obsidiana. 


El demonio Ragna, la perfecta creación del Diablo y todo un dolor de cabeza. 


-Quiero dormir- le dijo a su creador, sentándose en la cama y mirándolo con profundo reproche.

-No sería productivo de tu parte, Ragna- Seto suspiró- Hay mucho que hacer, tienes mucho que aprender aun-.

-Si fuese esa niña me dejarías dormir tanto como quisiera- le reclamó, desviando su mirada al suelo.

-Como dije, no eres un niño, nunca lo has sido ¿No es así? No tengo porque tenerte ningun tipo de consideracion, mereces ser tratado como cualquier otro demonio ¿Y como aprendimos qué es eso?- alzó una ceja, esperando una respuesta adecuada.

-Mi valor depende de mis acciones, mi status depende de mi talento, el Infierno es una meritocracia, ser tu creación no me da ningún beneficio- recito, monótono.

-Exacto, así que prepárate y ve a la biblioteca-.

-Lo se, como ha sido cada dia de estos condenados 500 años que llevo existiendo- siseó con enfado.

-Obedece-.


Seto se marchó tras decir eso, dejándolo solo. 


Ragna quizás no lucía como un niño, pero 500 años no era nada para un demonio, mucho menos para uno que no conocía nada fuera de aquel palacio infernal y cuyo conocimiento se limitaba a los libros disponibles en la Gran Biblioteca, no era poca cosa, allí estaban todos los libros del mundo, presentes, pasados y futuros, todo el conocimiento del universo estaba a su alcance, pero no tenia experiencia fuera de esas paginas, no conocía el mundo real. 


Podía decirse que Ragna era inocente en cierta forma, pero estaba hecho de pura maldad, el Diablo lo había creado de cosas oscuras y retorcidas. De almas corruptas, juntadas por eones, infinitas e inagotables.

Había llegado al mundo sin poder hablar, leer o escribir, pero pudiendo entender todo lo que se le decía, su primera lección había sido que aquel hombre, que lo había creado con sus propias manos, no era su padre, no podía esperar de él afecto ni compasión.

Ese primer tiempo había estado aterrado de todo lo que lo rodeaba, nuevo en eso de tener una conciencia y un cuerpo, pero nunca recibió consuelo, aprendió rápidamente a valerse por si mismo y a ocultar sus inseguridades y temores, no le servían de nada. 


El Diablo le enseñó a leer y escribir y luego lo había encerrado en la Gran Biblioteca, forzandolo a aprender del mundo a través de los libros, cada día, cada hora, cada minuto, eran solo estudios y nada más. 

A veces, en la vasta soledad de aquel lugar, se encontraba asustado de ese sentimiento, se sabía completamente solo y lloraba en silencio, en algún rincón donde nadie pudiese verlo, acongojado por las cosas en su corazón que no entendía, oprimido por su soledad, anhelando cosas que nunca iba a recibir de nadie. 

Eso era lo que había aprendido desde un principio, él era algo malo y corrupto, no era merecedor de amar ni ser amado. Su corazón no tardó en endurecerse, pero aun así no podía evitar llorar a veces, cuando era demasiado y, últimamente, solo quería dormir y no despertar, pero Seto no se lo permitía, por mucho que le dijera lo agotado que estaba. 


Si, en esos cortos 500 años de existencia, había aprendido que estaba solo y no era merecedor de compasión, afecto ni mucho menos aquello que llamaban amor y cuyo significado se le escapaba por mucho que leyera al respecto.

Ragna era una cosa, algo que el Diablo había creado para observar como un experimento, no era una persona, era reemplazable, nadie necesitaba de él y él... Pues él tampoco necesitaba de nadie entonces. 


Aun así, sabiendo todo esto, Ragna no podía evitar reclamarle en ocasiones, lo había visto interactuar con otros, lo había visto ser dulce y compasivo con su esposo y con esa demonio con aspecto de niña. 

No era que fuese cruel con él, no lo maltrataba, pero era frío y distante, Ragna buscaba su aprobación y cercanía por puro instinto y aun no alcanzaba a comprender porque era rechazado incluso cuando hacía todo lo que le pedía, incluso cuando se sabía excepcional para los estándares de la mayoría de los demonios, nunca era suficiente para Seto y Ragna comenzaba a tenerle un profundo rencor. 


Se levantó de mala gana e hizo su rutina de las mañanas en silencio, todo era tan ... Monótono, odiaba esa sensación de soledad y encierro. 


Se tomó un momento para mirarse a sí mismo ante el espejo, se acomodo el cabello aun húmedo tras la ducha, era imposible peinarlo y le fastidiaba en sobremanera, así que lo dejó ser y en cambio se concentró en el monóculo que cubría su ojo faltante, conteniendo las sombras, siempre dolía ligeramente, pero ya estaba acostumbrado. Finalmente le dio un último retoque a su corbata y al cuello del abrigo. No estaba mal aquel atuendo, una camisa roja con corbata y tirantes negros, pantalon del mismo color, un chaleco gris, un abrigo largo y negro de fondo rojo, zapatos blancos y negros, siempre brillantes... Pero le faltaba algo, aun no sabia lo que era, pero tendría que dejarlo para otro dia, se le hacía tarde. 


Salió de ese pequeño cuarto suyo directo a la biblioteca, estaban conectados después de todo y Seto no le permitía ir mucho más lejos aún, el porqué no lo sabía. 


La biblioteca se componía de interminables pasillos formados por estantes enormes, repletos de libros del suelo al techo, era un laberinto y era fácil perderse, pero el joven demonio conocía bien ese lugar, era todo lo que conocía después de todo. 

Así pasaban sus días, monos y solitarios, cultivaba su poder y su mente y amargaba su corazón. 


De todas esas infinitas páginas aprendió del mundo, del bien y del mal, de justicia e injusticia, de luz y oscuridad, de héroes y villanos. 

La realidad era que todos esos conceptos, puestos en blanco y negro, eran una falacia, el bien y el mal eran relativos y cambiaban con las eras, las sociedades, los infinitos mundos y dimensiones que componian el Universo. 

Él, hecho de oscuridad y pesadillas, era ciertamente algo malo y se decantaba por esa alineación moral, había muchas formas de ser malvado, algunas le gustaba y otras no. Le había sorprendido descubrir sus propios límites al respecto porque, si lo pensaba, no debería de tenerlos, él no era una persona, él podía trabajar en absolutos en vez de en esa escala de grises en la que se movían los mortales e incluso otros demonios. 


Le gustaba el concepto de la villanía, sonaba como una forma divertida de hacer las cosas, también le gustaban los negocios ¿Quizas habia una forma de combinar los dos? Eso seria interesante, pero primero conquistaria mundos con su fuerza, tentaria las almas de los mortales con promesas de poder, firmaria esos molestos contratos que lo ataban a algun tonto mortal, un par de siglos de eso y seria libre de hacer lo quisiera, lejos de la mirada vigilante del Diablo. 


Pero, por el momento, solo eran él y esa biblioteca. Seto no lo dejaba salir, odiaba a ese hombre, admiraba su poder y su incomparable intelecto, pero detestaba todo lo demás, al mismo tiempo que quería hacerlo sentir orgulloso, demostrarle de lo que era capaz, demostrarle que había creado algo perfecto e irremplazable. 


En esos momentos estaba ocupado leyendo un libro especialmente aburrido y grueso, cuando una voz llamó su atención.


-Luces especialmente amargado hoy, mi niño-. 


Aquel hombre le sonrió y Ragna no le devolvió el gesto, ciertamente se sentía más amargado que de costumbre.


-Lord Bell, no me diga así por favor- suspiró.

-Te dire como quiera- rió y lo despeino con una de sus enormes manos. 


Ragna se dejó, siempre confundido por esas muestras de afecto. Ese hombre, Bell, era el esposo de Seto, un demonio de aspecto extraño que parecía la combinación de un humano y un ave, era muy alto e intimidante, pero en realidad tenía un carácter muy dulce. 

Siempre llamaba a Ragna “Mi niño”, quizás porque su esposo lo había creado, pero al joven demonio le parecía de lo más inapropiado. 


-No soy su hijo, de ninguno de los dos- negó. 

-Yo se que no, pero eres tan joven y Seto te creó con sus propias manos, no lo puedo evitar- dijo con simpleza, encogiéndose de hombros. 


Ragna lo miró, frío e impasible, y regresó a su libro. No entendía a ese demonio, le demostraba afecto y le hablaba con dulzura, no entendía nada de ello. Ragna no sentía nada más que respeto por él ¿Debía de sentir otra cosa? ¿Debía de alegrarse cuando lo consentía? ¿Cómo se suponía que reaccionaría ese corazón suyo? ¿Es que acaso solo era capaz de sentir rencor y pena? Estaba hecho solo para sentir cosas negativas ¿No es así? Esas muestras de afecto no le provocaban nada, pero luego se sentía profundamente solo, irremediablemente miserable en su propia frialdad y amargura. 


¡Oh, quería llorar de nuevo! ¡Odiaba sus emociones! Lo confundian tanto, no eran más que miseria y angustia, se sabía incapaz de ser feliz, de sentir cariño y dicha. Quería enterrar todo eso, sus inseguridades y angustias, quería y necesitaba ser frío y buscar la forma de regocijarse en su propia naturaleza, en su maldad y perversidad. 

Necesitaba eso porque su miseria, su incapacidad de sentir cosas buenas y cálidas, sólo dejaba en evidencia lo obvio, él era una cosa, no era una persona de verdad y su existencia era artificial y futil, podía ser fácilmente reemplazado y carecía de valor, al menos que hiciera algo al respecto. 


Lord Bell miró todas esas emociones desenvolverse, enterrarse y desaparecer en segundos, apenas un cambio en su expresión impasible, un leve apretar de las garras sobre la cubierta del libro. 

Nunca entendería porque su esposo, que era despiadado y compasivo a partes iguales a pesar de ser el Diablo, había creado semejante criatura, tan triste y desdichada, tan capaz de grandes cosas, infinito poder y potencial, pero con un corazón incapaz de sentir nada de lo que hacía a cualquier otro feliz. Era una existencia cruel. 


El tiempo continuó su curso y Ragna creció poderoso y con su corazón lleno de oscuridad y penas, creó una personalidad cruel y en su mente, aun conservando cierta inocencia, comenzaron a gestarse la locura y las pesadillas. 


Ragna era un poderoso usuario de magia con un cuerpo invulnerable, flexible en forma y capacidades, no debía preocuparse sobre la muerte ni nada similar, incluso si lo herían, cosa que había pasado múltiples veces durante su entrenamiento, todo se regeneraba y volvía a su sitio como si nada, estaba listo para salir al mundo y ser libre por fin.

Sin embargo había un par de asuntos que arreglar aun y el Diablo se lo informó con su habitual frialdad. 


-Debes elegir un nombre con el cual hacerte llamar-.

-Lo sé- asintió, preguntándose porqué lo habían llamado a hablar en privado solo para eso- Ya se me ocurrirá algo-.

-Y algo más - el Diablo acomodó los papeles sobre su escritorio, calmo como siempre- No puedes salir al mundo siendo un demonio virgen, es peligroso, así que busca a alguien para solucionarlo-.

-No me gusta que me toquen ¿Que te hace pensar que quiero tener sexo con nadie?-.

-Obedece, Ragna-. 


Ragna lo miró con profundo rencor, Seto sabía cuánto odiaba que lo tocaran, cuánto aborrecía la cercanía de otros ¿Por que tenía que hacer aquello? 


-Sabes que es algo que los mortales pedirán de ti ¿No es así?- Seto lo miró fijo, ojos de cruel azul- Con tu edad y estatus, los contratos que firmes con ellos te harán su ... Propiedad, por decirlo así, tendrás que acostumbrarte-. 

-No quiero...- apretó los puños, clavandose sus propias garras.

-Es algo que será solo por un par de siglos a lo mucho, tu poder crece muy rápido, confío que subirás tu estatus rápidamente- dijo en un tono que dejaba ver que no esperaba nada menos. 

-¿Y con quien esperas que lo haga?- respondo- No soy exactamente popular, lo sabes bien-.

-Te hiciste esa fama tu solo, destripando a todo el que osara acercarse demasiado- suspiró con fastidio- Solo elige algún sucubo y ya- hizo un gesto de desdén- No te dejaré salir al mundo de los mortales hasta que lo hagas-. 

-Te odio ...- le bufó, su voz llena de veneno.

-Odias todo, Ragna, mi terca creación- lo miró severamente- Te cree perfecto y con infinito potencial, pero no soy adepto al nepotismo, seguirás las reglas y probaras tu valor como cualquier otro demonio, es una orden, punto final-.


Lo hizo desaparecer de su oficina con un chasquido y Ragna se encontró de vuelta en su cuarto, como un niño castigado. 


El joven demonio se sabía deseado, era consciente de su belleza y encanto, sabía instintivamente que para él sería fácil seducir y tentar a quien quisiera, pero la idea de ser un objeto de deseo lo repelía, no era que el acto en si no le llamara la atención, pero quería... Quería... No sabía lo que quería, quizás sencillamente no estaba listo para ello aún, pero no tenía otra opción más que obedecer. 


Los súcubos eran criaturas de extrema belleza y era su trabajo satisfacer los deseos carnales de otros demonios y de aquellos humanos que lograran invocarlos. Desde que Seto había llegado al poder el trato que se les daba era mucho mejor, pero al final del día eran simples objetos de deseo y Ragna aprendió de ellos, si iba a ser obligado entonces al menos aprovecharía la experiencia. 

De ellos aprendió el arte de la seducción y a apartar su mente de su cuerpo, podía dejar que su cuerpo disfrutara del momento mientras su mente iba a navegar a otra parte, ajena a todo. 

Aprendio a ver al sexo como una transaccion de beneficios mutuos, no habia verdadera intimidad para él, era algo que se hacia por puro placer y conveniencia. 

Ciertamente le serviría para el futuro, cuando estuviese a merced de los tontos mortales dispuestos a venderle sus almas. Era algo por lo que todos los demonios tenían que pasar, no quedaba más que intentar regocijarse en todo ese hedonismo. Con ello obtenían poder y placer ¿Qué más podía querer un demonio que estaba creciendo? Aun así, el prospecto solo reafirmaba la idea que tenía Ragna sobre sí mismo, él era una cosa para usar sin pensarlo mucho, un beneficio para obtener y nada más. 


Ahora solo quedaba elegir un nombre y sería libre de salir al mundo mortal. 

Los demonios tenían nombres con los que nacían, un secreto escrito en runas, frente al resto del mundo usaban un apodo, era una forma de protección, el nombre de un demonio guardaba poder sobre ellos. 

Ragna no podía decirse.


Ese día, mientras se admiraba en el espejo, siempre tan orgulloso de su apariencia y elegancia, se le cruzó por la cabeza nuevamente que a su habitual atuendo le faltaba algo, se pasó las manos por la cabeza, rozando los cuernos delicados, eran toda una molestia. Durante una pelea eran su punto débil, durante el sexo lo hacían estremecer como loco ¿Quizás era mejor cubrirlos? 

Si, eso era una gran idea. 

Busco entre sus libros, los que había guardado para su colección personal, iban desde libros sobre las Artes Oscuras, hasta catálogos de moda, su naturaleza era en extremo vanidosa, amaba las ropas elegantes y finas. 

Pasó las páginas con cuidado y, en el proceso, miró sus manos, garras afiladas siempre presentes, quizás debía cubrir esas también, no eran precisamente prácticas. 

Hizo aparecer unos guantes negros, con eso bastaba. Siguió pasando las páginas hasta dar con lo que buscaba. 

Un sombrero de copa no sonaba nada mal. 


Se miro al espejo nuevamente y, con un ademan, el sombrero apareció en su cabeza, un alto sombrero de copa negro y listón rojo. 


-¡Ja!...- sonrió, acomodándolo- Black Hat- sonrió ampliamente, salivante de entusiasmo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario